Llegó el día del padre y, como describí en aquella entrada, he vuelto a ir al cementerio. Mi tía iba a ir sola y yo me he ofrecido a acompañarla. Era una oportunidad que no podía desaprovechar. Esta vez tenía yo el corazón algo más ligero y he podido disfrutar más, si cabe, de los primeros indicios que nos ofrece la proximidad de la primavera.
En la ida, las casas del pueblo pasaban rápido y mi mente sólo anhelaba el camino abierto. Al llegar, he prestado escasa atención a la parte izquierda del camino, ya ocupada con abundantes casas. Tenía bastante con admirar los setos de romero y los pinos a mi derecha. Los pájaros cantaban en lo alto a la libertad. Las mariposas aspiraban correteando el fragante arbusto de romero, mientras grupos de abejas se complacían en sus flores.
La gran viveza de la escena me empujaba a componer estos haiku. Como instantáneas del momento, vivas para siempre:
Revolotean / encima del romero / las mariposas
Son seducidas / por la flor del romero / varias abejas
Lo extraordinario del haiku es que con su simplicidad retrata escenas que son a la vez pasadas y actuales.
La percepción de la naturaleza alegraba mi espíritu; algo ensombrecido por la proliferación de casas, corrales y cercas que cercenaban el virgen recuerdo de mi infancia. Algunos pinos parecían a punto de caer sobre los coches que transitaban la vieja carretera. Representaban con una naturalidad asombrosa el frágil equilibrio de la vida y la muerte. De cuando en cuando el romero era sustituído por otro tipo de arbusto de hojas verde claro cuyo nombre desconozco. Las piñas estaban empezando a abrirse para deléite de los pajarillos que no interrumpían sus melodías.
Pronto, los sombríos muros coronados de cruces de hierro. Los tejados de los panteones asomaban; despuntaban los cipreses sagrados, añejos. A la puerta nos esperaba el sol de nuevo: imparcial, bueno y a la vez terrible. Caminos que se cruzan, gente que reza, gente que se afana limpiando las tumbas de sus familiares. La lápida de mi abuelo, como las demás, estaba cubierta con una insistente lámina de polvo. No llevábamos cubo ni trapos, ni cepillo. La tácita camaradería suplió enseguida nuestra falta y al rato reaparecía la cara del mármol, pagada una vez más con la fatiga de unas manos que no cesan. Algunos saludos después salíamos del cementerio.
El el camino de vuelta, distinto, destaco: el recuerdo de una antigua noria; dos suertes cuyo crecido esparto delataba; la era donde ayer volaba la cometa está hoy cercada y cortada por las futuras calles; dos o tres casillas amenazaban ruina; mucho construido en el yermo de cuando era chico.
Es curioso como no puede haber alegría sin tristeza. El paseo en general ha sido bueno y hoy puedo dormir satisfecho, con las cicatrices de la soledad algo restañadas.
Comentarios
Publicar un comentario