A veces me descubro mirando por la ventana sin pensar en nada, como si el mundo se pusiera en pausa un momento. No es importante, no cambia nada… y sin embargo, esos instantes quietos, sin meta ni provecho, son los que más suavemente se quedan conmigo. Donde me siento más yo mismo y más vivo que en otros escenarios donde la vida te sumerge.
Introducción
Vivimos en un mundo que nos pregunta a cada instante: ¿y esto para qué sirve? No basta con existir, hay que justificarlo. El tiempo libre debe ser tiempo productivo, el ocio debe ser creativo, y el descanso debe tener algún beneficio medible. En esta lógica, todo aquello que no genera, no mejora, no avanza, no se monetiza… es sospechoso.
Pero ¿y si precisamente lo más humano, lo más hermoso o incluso lo más lúcido, naciera de esos espacios “inútiles”? Este es un elogio —sin pretensión alguna de utilidad— a perder el tiempo.
El tiempo como campo de batalla
El mismo tiempo se ha vuelto un territorio vigilado. La antigua libertad de no hacer nada ha sido sustituida por aplicaciones de seguimiento, notificaciones constantes y esa culpa que se instala cuando no estamos “aprovechando el día”.
Ya no hace falta que nadie empuje. Algo dentro nos arrastra solo. Una especie de impulso quieto que no permite parar del todo, ni siquiera cuando nada lo exige. Y cuanto más rápido vamos, menos queda. Como si la prisa vaciara los días por dentro, dejándolos enteros pero huecos. Parar parece peligroso, no por lo que pase afuera, sino por lo que uno podría empezar a notar adentro.
El problema no es hacer cosas. El problema es no poder no hacer nada.
Actividades sin propósito (y sin culpa)
Perder el tiempo. Qué fórmula hermosa, casi subversiva.
-
Mirar el polvo en suspensión con la luz de la tarde.
-
Escuchar una canción completa sin mirar el móvil.
-
Hacer una caminata sin destino, sin aplicación de pasos, sin auriculares.
-
Escribir algo sabiendo que nadie lo leerá.
-
Garabatear, jugar con las palabras, doblar una hoja hasta convertirla en una nave que naufraga.
Estas actividades no producen nada. No optimizan nada. No “te llevan a ningún lado”. Y sin embargo, a veces, nos devuelven algo más raro: una tregua, una intimidad, una sonrisa sin público.
La defensa de lo improductivo
¿Y si la utilidad fuera el nuevo opio? La obsesión por el resultado nos ha dejado sin caminos sin meta, sin juegos sin reglas, sin silencios sin función.
¿No valoramos el arte, en el fondo, precisamente porque no sirve para nada? Acaso no sea esa falta de propósito la que hace nacer en la vida algo igualmente valioso. Para corresponder fielmente a esa fuerza creadora de la que surgió todo lo que conocemos, debiéramos experimentar la creación como niños, por juego, por exceso. No por ganancia. Y sin embargo nos movemos con tal torpeza por medio de nuestras futiles e inconstantes ambiciones, que por comparación nuestros afanes parecen tan vanos como faltos de espíritu.
Lo improductivo es resistencia. No es vagancia: es independencia frente al cálculo. Es el arte de vivir sin Excel en la cabeza.
El tiempo regalado
Recuerdo una tarde entera viendo llover sin mirar el reloj. No había prisa, ni cita, ni plan. Solo el sonido del agua, el olor a tierra y una sensación de estar exactamente donde debía.
No fue un momento importante. No cambió mi vida. Y sin embargo, vuelve una y otra vez como un pequeño refugio mental.
Quizá perder el tiempo no sea perderlo, sino devolverle su dignidad.
Contra la utilidad
La belleza no sirve para nada. La risa no sirve para nada. Mirar el fuego, abrazar a alguien, soñar despierto… no sirven para nada. Y por eso valen más que cualquier cosa.
Así que no, este texto no te hará más productivo. Pero si te hizo sonreír, detenerte o mirar por la ventana, entonces ya hizo lo único que quería hacer.
Tienes mucha razón. Me ha gustado leer el artículo. La frase "El problema no es hacer cosas. El problema es no poder no hacer nada." lo resume perfectamente. A veces me siento esclavo de mis gadgets. Y poco a poco quiero cambiar y evitarlo. Quiero lo que una vez se acuñó como slow life.
ResponderEliminarA veces todo lo que necesitamos es darnos un poco de espacio sin todo eso. Sin el ordenador, sin el móvil. Intenta volver a pasear sin llevar auriculares ni el móvil. Yo creo que todavía tenemos salvación mientras dispongamos de ese lugar al que volver a estar a solas con uno mismo. Aunque a veces es muy difícil quererlo. Supongo que es algo que cultivar. Ánimo!
EliminarMe dió donde era , en sincronía
ResponderEliminarEso significa que llegó en el momento justo. Gracias por decírmelo :)
Eliminar