A lo largo de los siglos, ciertas cifras parecen haber quedado marcadas a fuego en la memoria simbólica de la humanidad. El 3, el 7, el 12… y uno que rara vez se menciona, pero que aparece como un susurro constante en las grandes mitologías del mundo: el 72.
En la corte de Osiris, en la rebelión contra Viracocha en el altiplano andino, en los nombres secretos del Dios hebreo, este número irrumpe como si compartiera un origen que atraviesa océanos, culturas y lenguas. Algunos creen ver en ello una red oculta de influencias o contactos ancestrales. Pero hay otra posibilidad, más sencilla y más profunda: quizá todos estaban mirando el mismo cielo.
1. Osiris y los 72 traidores
La traición que conmocionó al Antiguo Egipto y su eco en el tiempo
En la mitología egipcia, el dios Osiris reina con justicia sobre Egipto. Su hermano Set, símbolo del caos y la destrucción, urde una conspiración contra él. Pero Set no actúa solo. Recluta a 72 conspiradores, miembros de la corte, que colaboran en el asesinato del dios. Osiris es engañado, encerrado en un sarcófago y arrojado al Nilo. El número no es anecdótico: 72 figuras organizadas en la caída del orden, una rebelión contra el principio vital.
¿Por qué exactamente 72? ¿No podría haberse dicho "muchos", "decenas", "cientos"? El número es exacto, cerrado, cargado de intención. Algunos egiptólogos sugieren que podría estar relacionado con la astronomía egipcia, donde el año se dividía en 36 semanas de 10 días cada una, y cada semana tenía dos deidades protectoras (36 x 2 = 72).[1] Algo en él resuena con el ritmo del cosmos.
2. Viracocha y los rebeldes del lago
La rebelión primigenia en los Andes y su asombroso paralelismo con Egipto
Del otro lado del mundo, a miles de kilómetros y sin conexión conocida, en el altiplano andino, los pueblos que antecedieron a los incas hablaban de Viracocha, el gran creador. Emergió de las aguas del lago Titicaca para dar forma al mundo, enseñar a los hombres, ordenar la existencia.
Pero los primeros seres que creó no fueron agradecidos. Se rebelaron. Según algunas versiones recopiladas por cronistas coloniales, fueron 72 los rebeldes que desafiaron a su creador. Viracocha los castigó, los sumergió, los petrificó. Luego desapareció caminando sobre las aguas, dejando atrás un mundo quebrado que habría de rehacerse más tarde.
Hay un detalle particularmente revelador: en ciertos relatos, Viracocha fue también encerrado en una caja, como si los mismos símbolos universales volvieran a repetirse. En Egipto, Osiris es traicionado y atrapado en un sarcófago por 72 conspiradores. En los Andes, Viracocha —el dios civilizador— también sufre el ultraje de ser confinado en un contenedor sagrado o mortuorio, asociado a un castigo o a una transformación.
Otra vez el número 72. Otra vez una figura divina encerrada. Otra vez la ruptura del orden sagrado a manos de sus propios hijos o seguidores. Como si estos mitos no fueran relatos aislados, sino diferentes maneras de recordar una misma estructura profunda de la experiencia humana y cósmica. Estos paralelismos han llevado a algunos investigadores a especular sobre posibles conexiones transoceánicas en la antigüedad.[2] Sin embargo, la explicación más probable es que se trate de arquetipos universales que emergen independientemente en diferentes culturas, quizás porque reflejan patrones fundamentales de la experiencia humana.
3. Los 72 nombres de Dios
La tradición mística judía y la descomposición de lo divino
En la tradición mística judía, siglos después, el número 72 adquiere una dimensión completamente distinta. Ya no se trata de traidores ni de rebeldes, sino de nombres divinos, facetas sagradas del mismo Dios. Según la Cábala, hay 72 nombres de Dios, cada uno formado por una combinación de tres letras hebreas, derivados de un procedimiento simbólico a partir de tres versículos consecutivos del Éxodo (14:19–21), cada uno con exactamente 72 letras.
Estos nombres no se pronuncian. Se meditan. Se visualizan. Se utilizan como llaves de acceso a planos espirituales. Como si Dios, para manifestarse plenamente, necesitara descomponerse en 72 vibraciones distintas. En la Cábala, cada uno de estos nombres se asocia con ángeles específicos y se considera una manifestación particular de la energía divina.[3] Aquí el número ya no marca una ruptura, sino una totalidad que se despliega. Y sin embargo, la cifra es la misma.
4. El secreto de los cielos: la precesión de los equinoccios
El vínculo astronómico que podría explicar la recurrencia del número 72
¿Qué puede tener en común un asesinato ritual en Egipto, una rebelión primigenia en los Andes y un código místico en el Éxodo?
La clave, quizás, no está en la tierra, sino en el cielo.
La precesión de los equinoccios es un fenómeno astronómico sutil pero imponente. La Tierra, al girar sobre su eje, describe un movimiento de bamboleo, como un trompo, causado por las fuerzas gravitacionales del Sol y la Luna sobre el abultamiento ecuatorial de la Tierra.[4] Este giro hace que el punto donde se cruzan el ecuador celeste y la eclíptica (es decir, el punto de los equinoccios) se desplace lentamente a lo largo del tiempo. El ciclo completo, conocido como año platónico, dura aproximadamente 25.772 años. Eso significa que el punto equinoccial se mueve 1 grado cada 72 años, una relación numérica que podría explicar la recurrencia de este número en diversas tradiciones.
Durante siglos, civilizaciones como la egipcia, la mesopotámica o la maya observaron el cielo con una paciencia infinita. Registraron los movimientos de las estrellas, las estaciones, los cambios sutiles en la salida de las constelaciones. Quizá no tenían la fórmula, pero sí la intuición de que el cielo cambiaba muy lentamente, y que ese cambio tenía un ritmo. Un ritmo que bien podía cifrarse en el 72.
5. ¿Y si el Éxodo fue escrito con esto en mente?
La posible influencia de la astronomía en la redacción bíblica
La arqueología moderna, especialmente a través de estudios como los recogidos en La Biblia desenterrada de Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, sostiene que el relato del Éxodo no fue escrito en tiempos de Moisés, sino siglos más tarde.[5] La mayoría de hipótesis sitúan su redacción inicial en el siglo VII a.C., durante el reinado del rey Josías en Judá, en un momento de reformas religiosas y de consolidación de una identidad nacional.
Aún no había comenzado el cautiverio babilónico —eso llegaría casi un siglo después, con la destrucción del Templo y el exilio masivo en 586 a.C.—, pero Judá ya vivía bajo la sombra de grandes imperios como Asiria y, más tarde, Babilonia. En ese contexto de presiones geopolíticas, los escribas hebreos pudieron haber comenzado a codificar antiguos relatos orales, dotándolos de una estructura deliberada y cargada de símbolos.
Es aquí donde el número 72 emerge como un posible guiño a algo más profundo. En el capítulo 14 del Éxodo, tres versículos consecutivos están compuestos cada uno por exactamente 72 letras hebreas. A partir de esa estructura surgirá mucho más tarde la tradición mística de los 72 nombres de Dios. ¿Pudo tratarse de un patrón intencional, de una arquitectura simbólica que ocultaba, tras su fachada narrativa, claves numéricas inspiradas en el cielo?
Aunque es aventurado afirmar que ya en el siglo VII a.C. los hebreos manejaban conceptos avanzados de astronomía como la precesión de los equinoccios, es razonable suponer que durante el exilio en Babilonia —donde sí existía ese conocimiento—, estos textos fueron reelaborados, reinterpretados o incluso completados bajo una nueva luz. Fue allí, en contacto directo con los sabios caldeos y sus observatorios, donde pudieron haberse integrado de forma más consciente los grandes ciclos cósmicos al corpus hebreo.
6. Ecos de una misma verdad
La unidad fundamental de la experiencia humana a través del tiempo y el espacio
No hace falta que egipcios, hebreos y pueblos andinos se hayan conocido para que sus mitos converjan. Solo hace falta que hayan observado con atención el mismo cielo. El cosmos, como un maestro silencioso, deja pistas. Algunas culturas las inscriben en templos, otras en relatos, otras en nombres sagrados que no se pronuncian.
El número 72 podría ser uno de esos signos. Un eco cifrado en distintas lenguas, una señal compartida de que el tiempo no es solo lo que pasa, sino también lo que se repite, lo que gira, lo que regresa. Este patrón numérico, que aparece en contextos aparentemente inconexos, podría ser un indicio de lo que Carl Jung llamó "inconsciente colectivo"[6] —estructuras psíquicas universales que se manifiestan en los mitos, sueños y símbolos de todas las culturas.
Quizá por eso, cuando los antiguos querían hablar del fin de una era o del inicio de otra, elegían esa cifra. Porque intuían, aunque no lo expresaran con el lenguaje de la ciencia moderna, que el cielo se mueve lentamente, y en cada uno de sus pasos, el mundo vuelve a nacer.
7. Conclusión: El número que unió al mundo antiguo
Reflexiones finales sobre el significado profundo del número 72 en la historia de la humanidad
Al explorar la presencia del número 72 en estas tradiciones dispares, nos encontramos ante un fascinante rompecabezas histórico y cultural. ¿Es posible que culturas separadas por océanos y milenios hayan llegado independientemente a la misma cifra sagrada? ¿O estamos ante los vestigios de un conocimiento astronómico ancestral que se perdió en la niebla del tiempo?
La respuesta podría estar en un punto intermedio. El número 72, con sus múltiples factores (2³ × 3²), se presta naturalmente a divisiones armónicas del tiempo y el espacio. Es divisible por 2, 3, 4, 6, 8, 9, 12, 18, 24 y 36, lo que lo hace extraordinariamente útil para cálculos astronómicos, calendáricos y matemáticos. Esta propiedad matemática podría explicar su aparición independiente en diferentes culturas.
Pero hay algo más profundo en juego. La recurrencia del 72 en contextos de transición —la muerte de un dios, el castigo a los rebeldes, los nombres secretos de la divinidad— sugiere que este número podría estar codificando una intuición fundamental sobre la naturaleza del tiempo y el cambio. Como si los antiguos hubieran descubierto, a través de la observación paciente del cielo, que la realidad misma parece moverse en ciclos dentro de ciclos, cada uno con su propio ritmo y significado.
En última instancia, el enigma del número 72 nos recuerda que, a pesar de nuestras diferencias culturales, los seres humanos de todas las épocas hemos mirado a las mismas estrellas y nos hemos hecho las mismas preguntas fundamentales. Quizás, en nuestro afán por encontrar respuestas, hayamos estado siguiendo las mismas pistas cósmicas, aunque las expresemos de maneras distintas.
Como escribió el poeta Rainer Maria Rilke: "La historia es un inmenso tejido de significados que se entrelazan, y nosotros solo podemos percibir algunos hilos a la vez." El número 72 podría ser uno de esos hilos dorados que, al seguirlo, nos revela la profunda interconexión de todas las tradiciones humanas en su búsqueda compartida de significado en un universo ordenado pero misterioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario