El otro día leyendo un ejemplar del ABC, descubrí el concepto de "democracia líquida". Leí con mucho cuidado, página tras página. Y mi asombro fue en aumento a medida que más y más columnistas hacían mención de esta idea. No recuerdo ahora las connotaciones particulares que aportaba cada uno, pero más o menos hacían referencia a que la gente ahora reclama una democracia inusitada de muchos partidos donde es imposible tener una mayoría que te permita gobernar. Casi todos decían que mucho ojito con lo que vamos a votar en las próximas elecciones, que está claro que hay mucho desalmado que es capaz de vender el país o partirlo en pedazos con tal de obtener votos. Que había que analizar todo muy bien y votar cada uno en conciencia.
Me quedé de piedra, oiga. No sabía que entre las funciones de la prensa estuviera el hacer propaganda electoral. Ya no hace falta que los candidatos hagan su acostumbrado mailing a los censados. Ya se encarga la prensa. Lo que hay que ver. De custodios de la democracia a simples mercachifles de ideario barato.
Y es que en España no estamos acostumbrados a la democracia. Es normal. Nadie nace enseñado. Venimos de una dictadura y, no hace tanto, del absolutismo. Lo poquito que conocemos procede de las fallidas primera y segunda repúblicas y después del apaño que hicieron los remanentes del régimen franquista juntados con algunos más. Todo el mundo alabó y ha venido ensalzando a la constitución del 78 como el milagro del consenso y la conquistada concordia. Quizá aquel documento era lo mejor que podía hacerse en ese momento. Vale. pero, mire usted, de aquello no se pudo discutir ni una coma y al pueblo lo único que se le preguntó fue si SÍ o si NO. Y el pueblo se acogió a lo que vio que era menos malo; sin tener mucha idea de lo que representaba aquello. Y con eso hemos subsistido hasta nuestros días. Pues bueno, a nivel de libertades del pueblo, alguna se ha disfrutado. De poder reunirse libremente a no poder juntarse más de tres personas en una esquina, pues claro. Bien. Nadie puede negar las ventajas de aquello. Ahora bien, llamarlo democracia, me parece que tampoco. Porque democracia con el pleno significado de la palabra, no ha habido nunca en este país. Y yo creo que muchos siguen sin saber lo que es. Da igual, yo no lo voy a explicar. Miren la wikipedia si eso.
¿A qué estamos acostumbrados? A que cualquier suceso, sea de la naturaleza que fuere, sea analizado a puerta cerrada por las cuatro cabezas pensantes de cada partido político. Los líderes vierten luego su versión oficial de lo que ha pasado en los medios; y los ciudadanos aceptan los planteamientos del partido y los defienden como si se les hubiera ocurrido a ellos. Esto se ha dado en llamar pensamiento único y ha resultado en que ya nadie piensa por sí mismo. Este esquema es el sueño húmedo de Stalin y la envidia de los mandatarios chinos. Hoy en día no es necesario hablar con el español para conocerlo. Basta con preguntarle de qué partido es, para saber cual es su postura en todo. Oiga, esto es maravilloso. Si a usted le gusta, perfecto. Lo que no tolero es que se le llame democracia. La democracia es algo muy serio.
Evidentemente, todo era mucho más sencillo cuando en la práctica solo había dos partidos. Con cuatro o cinco partidos la cosa se complica. Los escaños son más repartideros, lo que a las claras se traduce en disponer de menos asientos en el congreso. Además se produce un hecho lateral de graves proporciones. Ahora ya no basta con que las cabezas pensantes se junten a decidir la postura del partido. Ahora tienen que llamar al otro partido antes de decir nada en los medios, no sea que vayan a adoptar una postura siquiera parecida a la de aquel otro partido para ellos herético y maldito. Para más inri, a la gente ya no le resulta tan sencillo recordar cuál es el dogma sagrado de su partido con respecto a esto que ha pasado ayer.
Respecto a las elecciones que se vienen. Podría decir como los del ABC, que nos jugamos mucho. Si bien puede que sea cierto. Me da a mi que poco importa quién gane. Cada uno que haga lo que le venga en gana.
Mire usted. El voto se ha convertido en ese duro que se da y no vuelve más. Le podemos dar el voto al partido que queramos, pero ya está. Después no podemos exigir a nadie cuentas por el voto entregado. Ellos pueden hacer lo que les de la gana y el votante no merece ni explicaciones, ni las gracias. Aquí hay dos formas de decidir a quién votar: la clásica del "yo voto a los míos"; y la quimera del "yo voto al partido que tenga mejor programa electoral". Demostraré que ambas son absurdas. En el primer caso, hay poco que añadir. Generalmente esa declaración de pertenencia es unilateral y raramente correspondida. En el segundo caso podemos aplicar el refrán: "promete promete hasta que la mete, una vez metida, nada de lo prometido". En resumidas cuentas, esto es como el arañón que en el momento en que eyacula, es decapitado y devorado por la hembra. Una vez consumado el acto de votar, el votante pierde su atractivo, su valor, y queda impotente hasta las siguientes elecciones. Alguno defenderá todavía que al menos se puede cambiar de partido. Perfecto para él. Pero obsérvese bien estos ejemplos. Uno: ¿No ha criticado el PP el matrimonio homosexual de Zapatero o la ley del aborto hasta la saciedad? SI. ¿Ha tenido oportunidad de retirar esas leyes? SI ¿Lo ha hecho? NO. Dos. ¿Cuánto criticó Sánchez la reforma laboral del PP? Ad infinitum ¿Ha tenido oportunidad de anularla? Sip. ¿Lo ha hecho? No padre. Etc. Y estos dos ejemplo son dos entre muchos que se han repetido y se repiten "ad nauseam", en la historia reciente y pasada. Con esto quiero decir que cambiar de partido no es sinónimo de cambio real, salvo en cosas minúsculas, que es en lo que se concentran para obtener el voto de esa parte de la sociedad que les interesa. Visto lo visto, espero que el lector entenderá por qué servidor no va a acudir a las urnas. Tampoco es que sirva de mucho, porque simplemente no me cuentan para sus cálculos. Pero al menos no perderé el tiempo.
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