Internet nació como una promesa de libertad, colaboración y acceso abierto al conocimiento. Durante años vivimos con la sensación de estar construyendo entre todos un espacio común, imperfecto pero vibrante, donde la innovación y la creatividad florecían sin pedir permiso a nadie.
1. Introducción
Sin embargo, aquella ilusión ha ido apagándose a medida que unas pocas corporaciones, con Google a la cabeza, han convertido la Red en un terreno de explotación y control. Lo que antes era una plaza pública hoy amenaza con convertirse en un centro comercial vigilado, donde cada movimiento se mide y se monetiza. Este texto quiere ser una advertencia y, al mismo tiempo, una invitación a recordar que no todo está perdido: aún podemos recuperar el rumbo.
2. El fin del adalid tecnológico
Google dejó de ser aquel adalid de la tecnología que admirábamos en los años 2000, incluso hasta 2010. Hoy, pese a ser el indiscutible líder de la publicidad en Internet —y no necesitar ser un capullo— se ha acostumbrado a una forma de actuar cada vez más cínica y agresiva. No solo contra sus competidores, sino también contra el propio Ciudadano de la Red, dejando claro que lo único que le importa es exprimir al máximo sus beneficios.
Las víctimas de esta política pueblan ya su cementerio de proyectos abandonados: Picasa, Google Reader, Google Plus, el acortador goo.gl… cada cierre dejó un reguero de frustración, archivos perdidos y comunidades desmanteladas. El resultado: una red mutilada, con huecos donde antes había vida.
Por supuesto, nadie puede negar que como empresa tienen derecho a iniciar proyectos y abandonarlos cuando quieran. La pregunta es otra: ¿debemos los usuarios volver a fiarnos de Google, sabiendo que en cualquier momento puede repetir la jugada?
Cada cual tendrá que decidirlo por sí mismo. Yo, desde luego, seguiré señalando el peligro. Porque lo que no podemos olvidar es que, como Ciudadanos de la Red, tenemos más poder del que creemos. Un gesto individual, multiplicado por miles, puede marcar la diferencia.
No estamos condenados a obedecer pasivamente los caprichos de Alphabet. Podemos elegir caminos alternativos, apartarnos de lo que sabemos que terminará en fiasco y actuar con la convicción de que no estamos derrotados. Si somos firmes, los matones digitales como Google acabarán viéndose obligados a seguirnos… o a quedar en el olvido.
3. Share.google: la nueva jugada
Ya habrá tiempo de hablar con calma de cómo Google ha ido ofuscando la Web, de las trampas con las que ha ido condicionando la navegación, o de cómo está empujando poco a poco a Mozilla Firefox —su supuesto protegido— hacia una irrelevancia que lo acerca a engrosar la lista de cadáveres digitales. Hoy nos centraremos en una jugada más reciente: la de la Google App y su nueva forma de compartir enmascarada mediante URLs bajo el dominio share.google.
En sus inicios, la aplicación ofrecía la opción de utilizar un “acortador”, algo que al menos el usuario podía decidir según su conveniencia. Pero seamos justos: nunca fue realmente un acortador, y mucho menos un servicio que Google nos prestara por altruismo. Compartir una URL ya era, y sigue siendo, una operación trivial y directa, sin necesidad de intermediarios. Salvo en contextos muy específicos —como Twitter en sus tiempos de límite férreo de caracteres—, es siempre preferible compartir la URL original.
De hecho, ni siquiera cumplen bien el supuesto cometido: las direcciones bajo share.google no destacan por su brevedad. Su propósito real es otro: controlar lo que la gente comparte, rastrear quién accede y, de paso, arrastrar consigo scripts y cookies de terceros que se suman al ya complejo ecosistema de vigilancia en que se ha convertido la vida digital cotidiana.
3.1. Por qué es mejor usar la URL original
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Eficiencia técnica: Evita la doble redirección y las resoluciones de DNS innecesarias que añaden latencia al proceso de carga.
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Menor dependencia: No quedas atado a la infraestructura de Google ni a la continuidad de un servicio que mañana podría desaparecer.
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Transparencia de la fuente: El receptor ve claramente qué dominio y qué servicio está visitando, sin intermediarios opacos.
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Privacidad: Compartir la URL original impide a Google rastrear qué enlaces compartes y con quién lo haces.
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Compatibilidad futura: Una URL directa mantiene mayor probabilidad de seguir funcionando años después, mientras que los enlaces de terceros suelen morir con el servicio.
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Evita manipulación: El contenido no pasa por un intermediario que podría inyectar cookies, scripts o añadir seguimiento invisible.
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Claridad para el usuario: La URL original puede contener pistas útiles sobre el contenido (nombre del sitio, título de artículo, etc.) que desaparecen tras el enmascaramiento.
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Respeto por la Web abierta: Favorece un ecosistema en el que los enlaces son libres, directos y permanentes, sin necesidad de guardianes que medien cada clic.
3.2. Google no te hace un favor
Por si no queda claro que Google no te está haciendo un favor con esta movida, baste recordar que con su anterior acortador al menos ofrecían acceso a estadísticas de clics. Aunque no dejaban de ser un cebo para incautos, aportaban cierto valor añadido para algunos usuarios. Ahora, ni eso.
3.2.1. La trampa de Google Analytics
Ya que citamos esto, conviene recordar también que Google Analytics es una mina de oro que garantiza la posición dominante de Google en el negocio de la publicidad. Con la excusa de darte estadísticas para tu web —que podrías obtener de mil formas distintas y sin la presencia infecta de Google— te han colado un monstruo de JavaScript ofuscado y enorme.
El resultado es doble: por un lado, tú mismo eres objeto de abuso. Por otro, contagias a todos los que visitan tu web, colaborando a que el rastreo de Google se haya vuelto ubicuo y todopoderoso. Quizás haya llegado el momento de plantearse seriamente abandonar Google Analytics.
No tienes ni idea de lo holgada que volvería a funcionar Internet si apenas unos pocos miles de webmasters tomaran nota y decidieran cortar el cordón umbilical con Google.
3.2.2. Alternativas a Google Analytics
A día de hoy existen herramientas libres, ligeras y respetuosas con la privacidad que ofrecen métricas suficientes para cualquier webmaster que no esté obsesionado con el espionaje corporativo:
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Matomo (antes Piwik): software libre que puedes instalar en tu propio servidor, con control total sobre tus datos.
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Plausible: ligero, sin cookies y con paneles muy claros, orientado a la privacidad.
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GoAccess: análisis en tiempo real directamente desde tus logs de servidor, sin scripts externos.
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AWStats: veterano, robusto y sin depender de terceros.
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Umami: simple, moderno y de código abierto.
Todas ellas tienen algo en común: te devuelven la autonomía y evitan que conviertas tu sitio en otro nodo del panóptico de Google.
4. Más allá del caso concreto: el móvil como grillete
En buena medida considero que el mundo del móvil nació encadenado. Nunca fue una herramienta para el ciudadano libre, sino unos grilletes para "atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas". Por eso me parece que el paso para empezar a recuperar nuestra libertad es acabar con ese estúpido lema de "mobile first".
Debemos empezar a olvidarnos de esa visión romántica del usuario del PC como el camionero solitario y en vías de extinción, y recuperar el PC como centro de nuestra vida digital y sede de nuestra privacidad, libertad y reivindicaciones de los derechos que nos pertenecen.
No pedimos nada que no sea nuestro ya de antemano.
5. Conclusión: el futuro que Google prepara
Lo visto hasta aquí no son simples anécdotas. Cada movimiento de Google responde a una estrategia coherente: controlar la Web, encerrar al usuario en sus servicios y reducir al mínimo cualquier espacio de libertad digital.
El caso de share.google es solo una pieza más en un engranaje mucho más ambicioso. Si echamos la vista atrás, vemos el mismo patrón en el abandono de proyectos que mutilaron la red, en la imposición de Google Analytics como estándar de facto, y en la lenta asfixia de alternativas como Mozilla Firefox.
Pero lo más inquietante es lo que está por venir. Antes de 2027, Google ya ha dejado claro su objetivo: identificar a todos los desarrolladores y permitir únicamente a quienes estén registrados en sus bases de datos publicar —y, lo que es peor, incluso ejecutar— aplicaciones en Android. Esto supone la desaparición práctica del software verdaderamente libre y del desarrollo comunitario tal y como lo hemos conocido. Iniciativas saludables como las de f-droid o Aurora se verán abocadas a asociarse con Google o a desaparecer.
A ello se suman los intentos de blindar Android contra proyectos que buscan la privacidad y la soberanía del usuario, como GrapheneOS. Un movimiento que deja claro que Google no quiere que Android sea un ecosistema abierto, sino un corral bien cercado en el que todo pase por sus manos. Olvidate de tener un sistema sin Gapps en el que tú tengas la última palabra sobre lo que se instala y lo que permites.
En definitiva, si no ponemos freno a esta dinámica, corremos el riesgo de que Internet —ese espacio que nació libre, descentralizado y creativo— acabe convertido en un simple satélite de Google.
La buena noticia es que aún no está escrito el final. Como Ciudadanos de la Red tenemos la posibilidad de elegir, de adoptar alternativas, de plantar cara con pequeñas acciones que sumadas pueden cambiar el rumbo. El futuro no tiene por qué ser el que Google diseña en sus despachos. El futuro, todavía, podemos decidirlo nosotros.
Y se suponía que ellos no eran los malos... Gracias por el aporte, compañero.
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