¿Estamos viviendo una repetición del colapso romano? Un análisis sobre la identidad, la inmigración y la pérdida de la fe en la propia civilización, comparando la caída del Imperio Romano con la crisis actual de Occidente.
Introducción: El Éxito de Hispania y la Ilusión de la Permanencia
La historia nos cuenta que Roma tardó más de trescientos años en pacificar y conquistar Hispania. Fue un proceso sangriento y lento. Sin embargo, el resultado final fue un triunfo cultural absoluto: los pueblos ibéricos acabaron "comprando" el paquete completo de la civilización romana.
No solo querían el agua corriente, el alcantarillado y las termas; querían la Romanitas. Querían hablar latín, adorar a los dioses del panteón y vestir la toga. Esta aculturación voluntaria fue el motor que hizo imparable a Roma: el imperio no se sostenía solo por las legiones, sino por la aspiración de los conquistados de convertirse en romanos.
Pero la historia no es estática. Siglos más tarde, esa maquinaria de integración se rompió. Y es en ese punto de fractura donde encontramos un espejo inquietante de nuestra realidad actual en Europa y el mundo entero.
El Cambio de Paradigma: Los Foederati y la Utilidad sin Identidad
En el Bajo Imperio (siglos IV y V d.C.), la dinámica cambió drásticamente. Roma, acosada por la crisis demográfica y la necesidad de mano de obra, comenzó a abrir sus fronteras a pueblos enteros: los godos, vándalos y francos.
A diferencia de los antiguos hispanos, estos nuevos inmigrantes (conocidos como foederati) tenían una relación puramente utilitaria con el Imperio.
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Querían las ventajas: Tierras fértiles, sueldos en oro y la infraestructura avanzada.
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Rechazaban la cultura: No querían dejar de ser godos para ser romanos.
Aquí surge el paralelismo con la situación contemporánea. Hoy observamos flujos migratorios masivos hacia Occidente impulsados por la búsqueda de ventajas económicas y seguridad jurídica, pero a menudo desprovistos del deseo de asimilar la cultura de acogida. Al igual que los godos que aspiraban al cargo de Magister Equitum (Jefe de Caballería) para ganar poder dentro del sistema sin renunciar a su identidad tribal, hoy vemos una integración funcional, pero no cultural.
La "Sociedad Paralela": Del Arrianismo al Velo
Es tentador pensar que los símbolos de identidad cultural actuales, como el velo en las mujeres o ciertas vestimentas tradicionales en las calles de Europa, son un fenómeno nuevo. No lo son.
En la Roma decadente, el equivalente a estas barreras culturales fue la religión. Muchos de los pueblos bárbaros eran cristianos, pero arrianos, una herejía a ojos de los romanos católicos. Mantenerse en el arrianismo era una forma política de decir: "Vivo en tu tierra, cobro de tu tesoro, pero no soy como tú".
Esta resistencia creó sociedades paralelas. Ciudades donde romanos y bárbaros vivían físicamente juntos, pero espiritualmente separados, con leyes distintas y lealtades divididas. Cuando un Estado permite la existencia de "Estados dentro del Estado" —o zonas donde la cultura hegemónica no penetra—, la soberanía comienza a disolverse.
La Aculturación Inversa: Cuando el Imperio Duda de Sí Mismo
Quizás el síntoma más alarmante que compartimos con el final de Roma no es la actitud de los que llegan, sino la actitud de los que ya están.
En el siglo V, la confianza de Roma en su propia superioridad moral y cultural se había desvanecido. El fenómeno fue tan marcado que se produjo una aculturación inversa:
"A medida que la presencia bárbara crecía, fueron los romanos quienes empezaron a imitarles. Abandonaron la toga por los pantalones (braccae) y las pieles, y el latín vulgar se llenó de germanismos."
Hoy, Occidente muestra síntomas similares de fatiga cultural. Existe una corriente de pensamiento que desprecia la propia historia occidental, calificándola únicamente de opresora.
La pregunta clave es: ¿Cómo podemos esperar que los inmigrantes "compren" nuestra cultura si nosotros mismos la estamos "vendiendo" a precio de saldo o la despreciamos públicamente?
Si la cultura anfitriona no se respeta a sí misma, el recién llegado no siente la obligación de integrarse; al contrario, puede llegar a sentir una superioridad moral sobre la sociedad decadente que lo acoge.
¿Colapso o Transformación?
¿Significa esto que estamos ante el fin del "Imperio Romano" actual?
El historiador Will Durant dejó una sentencia lapidaria que resuena con fuerza en nuestros días:
Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro.
Las similitudes son innegables: 1. Crisis demográfica: Necesidad de importar población para sostener la economía. 2. Fractura del contrato social: Grupos que buscan beneficios del sistema sin lealtad a sus valores. 3. Agotamiento moral: Una élite que ha perdido la fe en sus propios mitos fundacionales.
Sin embargo, hay una diferencia. Los godos entraron armados y tomaron el poder político por la fuerza ante un vacío de poder. Hoy, el proceso es pacífico, demográfico y gradual.
No estamos necesariamente ante una caída violenta tipo Hollywood, con ciudades en llamas. Lo más probable, si miramos al espejo de Roma, es que estemos ante una transformación irreversible. Roma no desapareció en un día; se diluyó. Se convirtió en un híbrido medieval donde la ley romana era solo un recuerdo lejano.
La duda que queda en el aire es si Occidente tiene todavía la vitalidad para proponer un modelo de vida atractivo que vuelva a seducir, como lo hizo con Hispania, o si, resignado, aceptará convertirse en el escenario de la historia de otros.



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